También intentaban alcanzar Europa. Y sus padres los embarcaron en aquella patera por la misma razón: porque el mar parecía más seguro que la tierra en el lugar de donde ellos provenían. Pero las fotografías de sus cadáveres no ocuparon portadas, ni se conocieron sus nombres, ni sus casos conmovieron a la Europa que hasta ahora no había querido ver.
Una barcaza repleta de refugiados naufragó el 27 de agosto, seis días antes que la de Aylan -el niño sirio convertido en icono del drama de los refugiados-, pero lo hizo ante la costa libia, y no la turca. La Guardia costera de ese país logró salvar a 193 personas. A otras se las tragó el mar. "Cuarenta fallecieron en la embarcación porque entraba agua. Cuando llegó la Guardia Costera, ya encontró los cuerpos sin vida", explica desde Túnez Fouad Gamoudi, coordinador de Médicos sin Fronteras (MSF) en ese país y Libia. Los agentes libios intentaron trasladar los cadáveres hasta el litoral antes de que oscureciera pero sólo disponían de unas cuantas zódiacs.
Así que esa misma noche el mar empezó a vomitar cuerpos sin vida en Zuara, y al día siguiente llegaron más. "Algunos cadáveres provenían de dentro de la embarcación, pero otros, del fondo del mar", dice Gamoudi de esta marea de muerte excepcional, debida a la proximidad del naufragio, a sólo siete millas del litoral. Había hombres y mujeres, viejos y jóvenes y también, cómo no, niños como Aylan. Algunos de Siria, pero también de Bangladesh y del África negra.
Se tomaron fotos de algunos de los cadáveres -las incluidas en esta pieza, y otras más-, pero nunca llegaron a los medios occidentales. Se distribuyeron en redes sociales sirias. "Desde abril es normal que encontremos cadáveres en la costa", asegura el responsable de MSF en Túnez y Libia. "No la barbaridad de la semana pasada, pero sí, uno, dos, tres, hasta cinco", puntualiza. Tanto es así que esta ONG está formando a la Media Luna Roja libia en la recogida de cadáveres, y le proporciona sacos para meter los cuerpos y material de protección.
"Tal vez la opinión pública necesita fotos para reaccionar, como ocurrió en Vietnam con la imagen de la niña del napalm", opina Ignacio Packer, secretario general de la Federación de Terre des Hommes, de las poquísimas ONG que se encargan de la atención psicológica a los niños, pero cuando llegan ya a la otra orilla, a la europea. "¿Tendremos que ver la foto de un niño afgano muerto en la playa para querer ayudar a los afganos?", se pregunta. Porque en Grecia son el segundo colectivo más numeroso que llega a sus costas, tras los sirios. En Italia básicamente desembarcan eritreos, nigerianos y somalíes. Absolutamente todos huyen de la represión y de la guerra. — Mónica Bernabé
